La economía mundial ha sufrido durante 2022 severas sacudidas provocadas por la pandemia global, el aumento de la inflación en el proceso de recuperación de la guerra de Ucrania, el aumento de los costes de la energía y la disminución de la seguridad energética. En este contexto, la transición energética parece haber perdido el rumbo, ya que la respuesta inmediata ha significado una dependencia más a corto plazo de los combustibles fósiles.
En este sentido, el informe Global Energy Perspective de McKinsey, destaca una serie de medidas a corto plazo que los países y las regiones de todo el mundo podrían adoptar para garantizar la transición de su sistema energético y, al mismo tiempo, mantener el enfoque en las necesidades inmediatas de resistencia energética y disponibilidad a valores competitivos.
Principales conclusiones del informe
A medida que el riesgo climático físico y sus manifestaciones siguen aumentando, cobra más relevancia la necesidad de una acción acelerada y sostenible. Según apunta el informe, para cerrar una brecha entre la trayectoria actual de emisiones y una ruta que limitaría el calentamiento global a 1,7 °C para 2030, la capacidad anual instalada de energía solar y eólica tendría que triplicarse en la próxima década, a más de 520 gigawatts (GW) de capacidad promedio instalada anualmente, de un promedio de alrededor de 180 GW de 2016 a 2021.
Por otro lado, el documento señala la necesidad de matizar la visión sobre el papel de los combustibles fósiles y del camino hacia la reducción de su uso. A pesar de que la producción de energía renovable se duplicó en la última década, los combustibles fósiles siguen representando cerca del 82% del consumo de energía primaria en 2021. La dependencia residual de los combustibles fósiles se asume en todos los escenarios de cero neto para 2050 y más allá de ese año. A medida que se necesiten más inversiones en la producción de combustibles fósiles para satisfacer las necesidades – y la demanda- residuales actuales o futuras, será fundamental apuntar a fuentes y métodos de producción con menores emisiones, alta eficiencia y alta flexibilidad.
Otra de las conclusiones que aporta el informe es que evitar la acumulación de activos varados debería ser una preocupación clave. De igual modo, puntualiza que la transición energética significa que los productores de combustibles fósiles habrán de adaptarse a un entorno de disminución de los volúmenes de producción.
También será necesario acelerar el retiro de las operaciones de extracción de combustibles fósiles con uso intensivo de emisiones y generación de energía, como las plantas de carbón.
Clasificación de países en la transición energética
El informe clasifica a los países en cinco arquetipos principales según sus perspectivas para la transición energética.
En primer lugar encontramos a los países prósperos y seguros en energía, entre los que se incluyen Australia, Arabia Saudí y los Estados Unidos, que tienen una abundante producción interna de energía y un elevado PIB por habitante. A medida que se desarrolle la transición energética, es probable que sigan siendo exportadores de energía, pero tendrán que reconsiderar las fuentes de energía para cumplir con los objetivos de emisiones.
A continuación, el informe coloca a los países prósperos y expuestos a la energía. En este bloque están incluidos Alemania, Italia y Japón, que enfrentan desafíos de seguridad energética. La transición podría representar una oportunidad para que se orientaran hacia la producción nacional de energías limpias, reduciendo la dependencia de las importaciones de combustibles fósiles.
Por su parte, China, India y Sudáfrica se encuentran en el grupo de las economías grandes e intensivas en emisiones. Estos países se enfrentan al desafío de satisfacer la creciente demanda de energía con recursos más limpios, al mismo tiempo que abordan su dependencia de los combustibles de altas emisiones, particularmente el carbón.
Otro de los bloques identificados en el informe son las economías en desarrollo y dotadas en recursos naturales, entra las que figuran Brasil, México e Indonesia. Estos países tienen un potencial energético significativo a partir de fuentes solares o eólicas y recursos naturales críticos como metales raros. Su prioridad natural será establecer el marco para desarrollar estos recursos y pasar a un modo de producción sostenible.
Por último, encontramos las economías en desarrollo y en riesgo, entre las que se incluyen partes de áfrica y el sudeste asiático, junto con varias naciones insulares. Estas economías son principalmente agrícolas y tienen una exposición desproporcionada al riesgo climático. Algunas tienen un potencial limitado para el desarrollo de energías renovables, ya sea debido a limitaciones financieras o a la escasez de recursos naturales. Su transición deberá ir acompañada del establecimiento de servicios básicos de infraestructura y de inversiones en adaptación al clima.
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Graduado en Periodismo por la Universidad Complutense. Redactor en energynews.es, movilidadelectrica.com e hidrogeno-verde.es.